Uno de los principales quebraderos de cabeza de los hortelanos aficionados es la presencia de plagas y su control.
Alguna mañana de primavera cuando nos acercamos al huerto, constatamos la presencia de unos nuevos inquilinos con toda su parentela. Se han sucedido una serie de circunstancias que les han sido favorables: humedad, temperatura, entorno… Las grandes corporaciones del ramo han dedicado esfuerzo y dinero a conocer “los agentes” y a realizar mejoras genéticas con el fin de conseguir variedades más resistentes, excepcionalmente productivas pero del mismo modo muy propensas a otras agresiones y enfermedades.
Hay, por supuesto, una cantidad considerable de productos y técnicas para el tratamiento de las plagas directamente proporcional a la envergadura del problema.
En opinión de los expertos en agricultura biológica, que es lo que a mí me interesa, es fundamental “conocer las causas del desequilibrio y las alteraciones” que se producen en nuestro discreto ecosistema urbano.
Como a muchos de los urbanitas, literalmente enganchados a la glucosa, a los insectos les encantan los azúcares presentes en las plantas, jugosas y tiernas
La agricultura biológica desarrolla prácticas destinadas a prevenir los daños que producen determinados insectos en los cultivos. Los manejos culturales de los agricultores expertos son fundamentales. Van desde procurar que el ambiente sea poco propicio para los invasores (liberar espacios colindantes de pastos y hierbas adventicias, intentar que las plantas sean más vigorosas…) hasta técnicas como la rotación rigurosa de cultivos, elección de especies resistentes o colocación de trampas.
Cuando la aparición de la plaga se hace evidente me gusta comenzar por métodos físicos.
Cuando en primavera va subiendo la temperatura, puede aparecer en las plantas de patatas un vistoso escarabajo que, no por casualidad, fue introducido desde América. Afortunadamente nuestro plantel no tiene una hectárea de modo que no será muy complicado retirar manualmente a los comensales, meterlos en un bote y posteriormente matarlos. Existen unos guantes de látex estupendos para los más indecisos. 

Lo mejor, entonces, en este estadio de la crisis es intentar incordiar para que desaparezcan de la zona. Esto es viable cuando el personaje tiene tamaño suficiente para proceder así.
Si otra tarde volvemos y vemos que los escarabajos no han desaparecido y además se aparean, seguimos intentando retirarlos manualmente. Ponen unos huevos alargados y amarillos de aproximadamente un milímetro en el envés de las hojas. Aparecen agrupados y podemos seguir retirándolos manualmente y destruirlos quemándolos. Hablo evidentemente de actuaciones para pequeñas superficies, de huertos urbanos colectivos donde suele haber un alto nivel de participación (al menos al principio) de aficionados que cultivan en macetas, de modo que no es una tarea muy exigente. Es vital examinar diariamente las plantas.
Cuando la plaga es de insectos mucho más pequeños y sus huevos son apenas visibles se emplean otros procedimientos. Es muy frecuente la utilización de trampas con alguna sustancia atrayente.
Hace algún tiempo escuché a Joaquín Araujo en un programa de la radio describir una trampa muy sencilla y económica para los voladores. Se parte una botella de plástico, de las que tiramos a docenas todos los días, justo por donde empieza a ensanchar, de modo que obtengamos un pequeño embudo; se coloca sobre el resto de la botella con el gollete hacia abajo y se llena con una disolución de azúcar morena y levadura. Hay quien utiliza zumos azucarados. Es conocido el gusto de los insectos por la glucosa y determinados aminoácidos. Una vez dentro les resulta muy difícil salir. Al menos con los mosquitos funciona. Pueden colocarse recipientes con cerveza para las babosas.

Para los árboles viene bien rodear los troncos con cartón impregnado con alguna sustancia pegajosa o goma, (linaza, trementina, brea de madera, manteca de cerdo…) para impedir que trepen las hormigas o encalarlos de modo que no les esté bueno el primer bocado a insectos taladradores.
Otros procedimientos para el control o erradicación de las plagas se basan en parámetros biológicos, esto es, haciendo la vida fácil a enemigos naturales o aplicando productos químicos con la misión de que los insectos no encuentren las condiciones idóneas para instalarse y fortalezcan la planta a través de su parte aérea o por el sistema radicular. Hay una serie de fórmulas magistrales, maceraciones, decocciones, compuestos de plantas que son verdaderos insecticidas naturales. Se encuentran con facilidad en las páginas más conocidas relacionadas con estos temas.
Es fundamental que los suelos estén bien equilibrados de forma que las plantas crezcan vigorosas; lo que constituye en sí mismo un método de control.
El modo de proceder dice mucho del agricultor. No es recomendable, en mi opinión, recurrir ineludiblemente al sobre de semillas más productiva del mercado, ni al insecticida de síntesis correspondiente. Cierto, es más fácil: llenamos la fumigadora con la dosis precisa de insecticida y lo aplicamos sin complicaciones. Hay para todos los gustos pero hay numerosos casos en que los insectos se hacen resistentes y no conseguimos más que envenenar la planta y los suelos. La araña roja es especialmente pertinaz. Lo que yo hago es llenar la fumigadora con agua y hielo. Rocío las plantas, especialmente por el envés de las hojas. El choque térmico suele ser eficaz, pero hay que ser constante.
Y luego están vuestra imaginación y el contacto con otros hortelanos o colectivos, las conversaciones con campesinos expertos. En este sentido recuerdo los consejos que me dio un pequeño labrador local. Desconoce por completo los fundamentos teóricos y científicos de agricultura ecológica. Me comentó que él suele utilizar un poco de lejía disuelta en agua con un poco de jabón biodegradable. Suele ser eficaz para el pulgón y otras plagas cuando éstas nos son manifiestamente irreversibles. Yo utilizo un bidón de cinco litros de agua al que previamente he incorporado medio litro de lejía, luego le añado un chorrito de jabón. Fumigo periódicamente las plantas hasta que compruebo que la plaga va remitiendo. Es un buen método preventivo y además barato. Sé que para los más estrictos partidarios de la agricultura ecológica es una aberración pero no es radicalmente contaminante, ni perjudicial para nuestra salud. La lejía se evapora en poco tiempo e incluso la utilizamos para esterilizar muchas verduras de las que tenemos dudas sobre su procedencia. Algunas veces podemos ser algo pragmáticos en aras de conseguir comernos algún plato de judías de enrame. En ocasiones se pierden plantaciones enteras
No creo que las actividades agrícolas, en las que intervienen de forma directa los factores medioambientales, sean fáciles y siempre cómodas. Curiosidad, tenacidad, alteridad…
En alguna hoja suelta incidiré en estas tareas relacionadas con las plagas. Salud.
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